No me importa quedarme con los marrones si son como los de un lago de chocolate fundido con montañas escarpadas de nata, espolvoreadas de nieve de azucar, rodeado de bosques de churros y melindros, servido por camareros tiroleses con pajarita, y sentado comódamente en una mesita de una bucólica granja de la calle Petritxol. Una angosta calle barcelonesa que es un homenaje a los suizos, flanes, cremas catalanas y otros atávicos postres nostálgicos de nuestros dulces abuelos. Suizídate con un suizo. Carles Valls dixit.