No hay que confundir el cuscús con la metralla, ni el muslo de pollo con la pata carcomida de una silla, ni las ricas especies con el serrín. Hoy he compartido un excelente cuscús con el estómago de mi amigo Sergio en un restaurante amarroquinado del Eixample barcelonés.
Mientras la arenilla blanda del cuscús se depositaba como un reloj de arena en las paredes de mi vientre, pensaba en babuchas, chilavas, y en lo bueno, bonito y barato del lugar, y también en un viaje ecuatoriano universitario que digerí hace más de una década. Carles Valls dixit.