Disfrutar de un chalet con piscina no está al alcance de cualquier amfibio. Este fin de semana tuve el privilegio de chapotear con otros cachalotes y focas, ya talluditos, en una piscina azulada de un generoso anfitrión. Cuando uno está acostumbrado al taladro de la ducha o al oleaje de una playa popular, es un placer acúatico disfrutar de la propiedad de la piscina, de esa agua lujosa estancada en madera. Por eso, al llegar a la finca y divisar la delgada línea azul perfecta de la piscina, todos estábamos sedientos de zambullirnos y refrescamos en ese cuadrado de agua fina e inmaculada. Un rato después nos excedimos salvajemente con la virginal piscina, con un bombardeo de saltos, hundimientos y juegos acuáticos, pareciendo un grupo de patos salvajes en celo. Bañarse en una piscina privada es como darse un masaje en la intimidad. Carles Valls dixit.