Tengo la fortuna de poder escaparme un sábado de julio al mítico Vinarós (Castellón) con mi pandilla de amiguetes. Así puedo paladear una irrepetible paella en el restaurante de El Callau, que es un monumento al arroz. En ese embriagador paraje, ubicado en un acantilado y con vistas a una cala de sirenas, entablamos interminables conversaciones para cangrejos, hacemos brindis sangrantes, decimos verdades como mejillones sobre el sexo opuesto y nos convertimos en una legión de langostinos ebrios y felices. Luego deseamos que cada julio se repita el viaje y que el arroz de la amistad nunca se pase. Carles Valls dixit.