Cuando llego cansado a casa y tengo que preparar la última cena, el hambre es más rápida que mi capacidad cerebral para cocinar. Por eso, echo una ojeada en diagonal al estómago de plástico de la nevera para ver qué víveres me quedan y qué es cocinable con el menor tiempo posible, e ingerible por vía intrabucal. Todavía estoy esperando que inventen una nevera con inteligencia que me de una respuesta lógica de cómo combinar los restos de comida sobrante y la comida que está a punto de caducar, y poder preparar una cena cocinable y decentemente comestible. Mi apetito no es cocinable. Carles Valls dixit.