sábado, 24 de mayo de 2008

La memoria de las bravas


Afirmo que las patatas bravas tienen memoria emocional. Ayer desgusté en buena compañía un plato de bravas en el Templo mundial de las Bravas del Bar Tomás de Sarria (Barcelona). La forma irregular de su patata, su textura crujiente y blanda, el colorido anaranjado de la salsa picante mezclado con el allioli, me transportó a mis años universitarios cuando ir al Tomás era un ritual semanal. En esa época estudiantil la ingestión de las patatas bravas era como comulgar entre amigos, la tapa de la juventud y la ilusión. Ayer regresé al Tomás y todo continua igual: los camareros de siempre con sus pullovers azules, el bullicio picante en las mesas y el mágico plato de bravas. Comer es recordar. Cada patata brava es un pedazo de mi recuerdos, no tan lejanos. ¿Qué es equivalente a las patatas bravas en mi vida actual? Carles Valls dixit.