Lo cierto es que acercarse al gimnasio para quemar los excedentes corporales supone una lucha mental con uno mismo, entre tus pensamientos fláccidos y tus pesamientos fibrosos. Hay que tener fuerza de voluntad para escapar del sofá despúes del curro y acudir a un centro de castigo corporal institucionalizado. Pero ¿cómo puedo convencer al cuerpo apoltronado para que acuda al centro sudoríparo? Ganarse la nómina con el sudor de tu frente es una cuestión de supervivencia, pero pagar por sudar en una cinta burrera o manipulando poleas es otra cosa. Dudo un instante y me planteo que si me voy al súper y compro doce cartones de leche ¿cuántas calorías quemaré mientras las subo a mi casa? Sudar no es gratis. Carles Valls dixit.