La pasada noche fui a cenar a la cadena de pizzería italiana "La Tagliatella". Pedí una pizza a base de quesos y nueces con nombre de opera italiana que ya no recuerdo. Su nombre rimbombante y su musicalidad excitaron mis glándulas salivares y, al final, elegí no la más redonda pero sí la más italianizante. Al cabo de diez minutos una camarera napolitana de origen chino me trajo una rueda de masa de más de treinta centímetros todavía calentita. El rostro de la pizza era para devorarla aunque sus dimensiones colosales asustaron a mi estómago. Cuando la pizza marcaba ya las 12 y cuarto -ya que me había zampado quince minutos de massa- me di cuenta que dicha masa era ya de "rigor mortis", fría, y que estaba comiendo el cadáver de una pizza. Estuve tentado de decirle a la camarera que tratase de reanimarla con el horno pero me contuve. Al final acabé con el fiambre italiano que ya había adquirido un color apergaminado, con un sabor de pizza del día después y una frigidez poco apetecible. Cuando salí de la pizzería me pregunté: ¿por qué no hacen pizzas de tamaño M y no de XL?, ¿por qué no avisan del tiempo de enfríamiento de la pizza para no acabar comiendo cartón con mozzarella? ¿debería ser la pizzería también un fast food? Seguiré digeriendo... ¡Viva Verdi! Carles Valls dixit.